sábado, 18 de abril de 2009

Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote

“Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote” (Mc 14,53). ¡Qué encuentro! Por un lado, el Sumo Sacerdote de la antigua alianza, una alianza que no podía salvar, que encerró a todos los hombres en la rebeldía del pecado y los hacía reos de muerte (cf. Ga 3,21-22). Pero al mismo tiempo una alianza que era una imagen de la alianza verdadera, perfecta, que había de llegar, una ley que esperaba su pleno cumplimiento (cf. Ga 3,23-24).

Por otro lado allí estaba Jesucristo, que no era sumo sacerdote, ni siquiera era sacerdote según la antigua alianza, porque no pertenecía a la tribu de Leví, no era de la casta sacerdotal. ¡Pero era el Hijo de Dios! Nadie podría ejercer un sacerdocio, una mediación mejor que él, el Hijo de Dios (cf. Mt 16,16) e Hijo del hombre (cf. Mt 8,20). Él era el verdadero sumo sacerdote, “que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día como aquellos sumos sacerdotes, primero por sus propios pecados, luego por los del pueblo; y esto lo realizó de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo” (Hb 7,27).

Aquí estaban, el artífice de la nueva alianza frente al Sumo Sacerdote de la antigua. Pero en lugar de reconocer y aceptar con gozo la llegada del que había de dar pleno cumplimiento a lo que hasta entonces tan sólo eran promesas, el Sumo Sacerdote se sintió amenazado en su posición, y condenó a Jesucristo. Era preferible seguir como hasta entonces, aunque no hubiese salvación ni vida eterna para nadie, pero tener el control de la situación, no ser despojados de sus privilegios, por otra parte ridículos comparados con la nueva condición que se iba a alcanzar a través de Jesucristo.

¡Pero es que Jesucristo ni siquiera había nacido en la tribu de Leví!, se podía quejar el Sumo Sacerdote. ¡Si al menos hubiera sido uno de ellos...! Pero Dios no hizo las cosas así. El Hijo es Sacerdote por derecho propio (cf. Hb 5,5), no necesitando que nadie le dé el visto bueno, ni cumplir las normas de un sacerdocio caduco que tan sólo era una imagen de lo que él iba a realizar.

Pensamos que la ceguera de aquel Sumo Sacerdote fue enorme, pero tal vez no nos damos cuenta de que podemos caer en el mismo error. ¿Cuándo? Cada vez que damos por sentado cómo tiene que ser nuestra oración, o el culto que damos a Dios, desatendiendo la llamada que el Señor nos hace a adorarle en espíritu y verdad; cada vez que interpretamos la Palabra de Dios para defender nuestras seguridades, no dejándonos tranformar mediante la renovación de nuestra mente; cada vez que valoramos la comunidad cristiana como cualquier otro grupo humano y no como una realidad espiritual... ¿Es necesario seguir?

También hoy es posible vivir con una mentalidad antigua, y no aceptar las nuevas realidades, porque nos hacen “perder el control”. Pero Dios hace las cosas así. El peor engaño es no cambiar, y además pretender defender nuestra posición “en nombre de Dios”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario