lunes, 20 de abril de 2009

Un espíritu de prostitución hay dentro de ellos

“Un espíritu de prostitución hay dentro de ellos” (Os 5,4). La voz de Oseas resuena con autoridad de profeta, portavoz de los juicios terribles de Dios ante los que toda carne tiembla. Si hoy no hay más profetas, uno de los motivos es porque la Palabra de Dios quema, y el profeta es alguien que primero se ha dejado abrasar por la Palabra; tal vez no haya muchos dispuestos a pasar por este fuego.

Las cosas no funcionaban: parecía que los pueblos de alrededor prosperaban más que el pueblo de Dios; se escogieron reyes que les gobernasen e hiciesen de ellos un pueblo fuerte, pero cada vez eran más débiles; llevaban ofrendas a Dios y le hacían sacrificios, pero Dios parecía no escuchar. El pueblo esperaba que el Señor cambiase su suerte, pero... se retrasaba. Conociendo el corazón del hombre, no es difícil imaginar lo que podían pensar: “¿Será que falla Dios? Somos su pueblo, y hacemos todo lo que podemos. ¿Habrá olvidado su alianza?”

La voz del profeta llega sobrecogedora como el trueno en medio de la tormenta y luminosa como el relámpago en la noche: “No les permiten sus obras volver a su Dios, pues un espíritu de prostitución hay dentro de ellos, y no conocen a Yahveh” (Os 5,4).

Sus obras no les permiten volver a Yahveh: van con sus ofrendas queriendo parecer justos, pero el Señor ve sus injusticias; un espíritu de prostitución les lleva a dar culto a Yahveh y confesarlo como su Dios, pero al mismo tiempo tener su mente y su corazón lejos de él. Como la esposa infiel de Oseas, el pueblo también ha sido rescatado por el Señor (cf. Os 3,2), se siente agradecido a su Dios, pero su corazón aún no ha roto con sus prostituciones: tiene querencia hacia la infidelidad, y cuando se presenta la ocasión, sucumbe, porque su voluntad no está entregada por entero al Señor.

El juicio de Dios es claro: “No conocen a Yahveh”. ¿Ellos, que son su pueblo? La falta de una relación verdadera, auténtica, con Dios, demuestra que realmente no le conocen. Y el Señor, mientras, espera que su pueblo rasgue su corazón, extirpe sus prostituciones y le entregue su voluntad: “Porque yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos” (Os 6,6).

¿Y hoy? ¿Pasaríamos la prueba si viniese un nuevo Oseas?

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